Entrevista al escritor de literatura infantil Joel Franz Rosell, residente en París por Juan Carlos Romero Mestre.
Sus libros Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes (Barcelona, Santa Clara) y Pájaros en la cabeza (Pontevedra) han sido incluidos por la Biblioteca Internacional de la Juventud en su selección The White Ravens
de mejores libros infantiles publicados en el mundo. Cuenta con
traducciones al catalán, el coreano, el francés, el gallego, el inglés,
italiano, el portugués y el vasco. Ha participado en numerosas jornadas
literarias y ferias del libro de Europa y América Latina.
CUBAENCUENTRO conversó con Joel Franz Rosell sobre la realidad, la fantasía y la afición a regalar libros, entre otros temas.
Escritor, ilustrador y especialista en literatura infantil, Joel
Franz Rosell (Cruces, Cuba, 1954) es licenciado en Lengua y Literatura
Hispánicas. Ha trabajado como especialista literario del Ministerio de
Cultura de Cuba y como profesor, bibliotecario y periodista en Radio
Francia Internacional. Dejó Cuba en 1989 para residir en Río de Janeiro,
Copenhague, Buenos Aires y París.
Sus cuentos y novelas para
niños han sido publicados en Argentina, Brasil, Colombia, Corea del Sur,
Cuba, España, Francia, Gran Bretaña, Italia, México y Portugal. Entre
sus casi treinta títulos se destacan: Los cuentos del mago y el mago del cuento (Madrid); Mi tesoro te espera en Cuba (París, Zaragoza); El pájaro libro (Madrid); La leyenda de Taita Osongo y Concierto n°7 para violín y brujas (México).
Ha publicado unos 200 artículos en publicaciones de tres continentes, y el ensayo La literatura infantil: un oficio de centauros y sirenas (Buenos Aires).
Juan Carlos RomeroJCR ¿En qué momento decidiste que querías escribir?
Joel Franz Rosell (JFR):
No es algo que uno decida. La literatura lo decide a uno. Yo empecé a
contar historias a los 10 años; primero las dibujé en forma de comic,
luego las narré oralmente a mi hermana, en el camino de regreso de la
escuela, y finalmente, a los 13 años, escribí mi primera novela. Por
entonces, como cualquier muchacho, a la pregunta “¿Qué harás cuando seas
grande?” yo respondía: “veterinario”, “geógrafo”, “cosmonauta”. Pero no
tardé en descubrir que en Cuba un veterinario debía vivir en el fango y
curar vacas, que la geografía no se descubría ni exploraba: se enseñaba
en las aulas, y que para ser cosmonauta había que ser piloto de guerra y
saber mucha matemática. Poco a poco no me quedó más opción que la
literatura.
Cuando me llegó la hora de escoger carrera universitaria, al
pre-universitario de Santa Clara no llegó ninguna plaza de Periodismo ni
de Historia del Arte (que se estudiaban en La Habana, sueño dorado de
todo joven cubano en tiempos en que “el extranjero” no existía), pero la
carrera de Letras abrió matrícula, por primera vez en cuatro años, en
la Universidad Central de Las Villas. El camino que me conducía hacia la
literatura se tornó entonces rectilíneo y desyerbado.
JCR¿Qué te aporta la escritura y la literatura, piensas que vale todo en la literatura?
(JFR):
La escritura y la literatura me lo han dado todo, o casi. Creo poder
decir sin retórica que yo vivo para escribir, y desde hace un tiempo
escribo para vivir (modestamente, porque Lettera non dat panem).
No creo haber tomado vacaciones —salvo por acompañar a mis parejas—
desde que terminé mis estudios. Para mí escribir es viajar, divertirme,
reposar (y eso que nunca estoy satisfecho, y reviso y corrijo hasta
sacarle sangre a la página). Ateo que soy, mi dios es la literatura… por
lo que cosecho grandes y repetidas decepciones; pero también una que
otra recompensa. Por lo menos la mitad de mis viajes (a lo largo y ancho
de Francia, por Europa y América Latina) y muchas de mis mejores
experiencias, me han sido procurados por la literatura y los libros.
En
consecuencia, lejos de creer que todo vale en literatura, tiendo a
pensar que nada vale tanto como ella… Y llego al extremo de perdonarle
cualquier cosa a un individuo con tal de que escriba bien.
JCR¿Qué es necesario para que una novela interese a los lectores?
(JFR): Eso no lo sabe nadie. Cada lector es
diferente y espera algo distinto de la literatura. Algunos buscan
historias que los alejen de lo cotidiano, otros, al contrario, buscan
respuestas para los problemas del día a día. Estos desean un espejo
donde mirarse y aquellos, algo trascendente, con respuestas para las
Grandes Preguntas en torno a la vida, la muerte, el amor, la guerra…
Pero también hay gente que solo anima el deseo de frotarse con la
palabra excelsa, la construcción ingeniosa, la idea prístina.
Supongo
que uno como escritor se parece a sí mismo como lector… Aunque los que
hacemos literatura infantil hemos de tomar suficiente distancia,
practicar una forma de esquizofrenia; con dos cabezas como la del dios
Janus: una vuelta hacia la infancia (la nuestra, que dejamos atrás, y la
ajena, que tenemos por público) y la otra vuelta hacia el adulto que
somos. En cualquier caso, los lectores con los cuales me entiendo bien
gustan de historias intensas, sorprendentes, bien hilvanadas, y al mismo
tiempo escritas con esmero y creatividad. Alguna vez me definí como “un
traficante de aventuras y leyendas”. Pero trafico con guantes de seda,
intensamente convencido de que la literatura debe, como dijera Martí de
la poesía, “resistir como el bronce y vibrar como la porcelana”.
JCR¿Cuáles son tus géneros favoritos en la lectura, tus autores y quiénes te han influido más?
(JFR):
Lo que menos leo es poesía y teatro. Me gustan el ensayo (cuando está
bien escrito y no exige la pertenencia a una secta intelectual) y la
Historia (cuando reconstruye los movimientos de masas sin descuidar los
destinos de hombres concretos), pero lo que más leo son cuentos
(infantiles) y novelas (para chicos y para adultos). Citar “mis autores”
me resulta bien difícil pues he leído muchos, prefiriéndolos o
descuidándolos según el momento vital o creativo. La mayoría son autores
para niños, lo que es lógico teniendo en cuenta mi especialización.
Para empezar, creo que le debo mucho a Martí (me gustaría poder
negarlo, porque es el autor que más revindicamos y traicionamos los
cubanos) y a ese famoso desconocido que es Hans Christian Andersen. Sin
dudas me han marcado Julio Verne y Alejandro Dumas (aunque no he escrito
ninguna auténtica novela de aventuras), Charles Perrault, Road Dahl y
Pierre Gripari. Debo enormemente a Hergé (pese a no cultivar la
historieta), a Enid Blyton (una escritora mediocre que, no obstante,
marcó mi infancia y mis inicios como novelista). También debo, aunque no
sea más que una comprometedora admiración, a los cubanos Dora Alonso,
Onelio Jorge Cardoso y Guillermo Cabrera Infante.
Hay libros que
en algún momento orientaron mi carrera (de lector o de escritor;
suponiendo que sean cosas diferentes) o me dejaron una huella indeleble:
Aventuras de Guille (D. Alonso), Emilio y los detectives (Erich Kaestner), Los tres gordinflones (Yuri Olesha), El viejo Jottábich (Lazar Laguin), Timur y su pandilla
(Arkadi Gaidar), las series “Aventuras de Kásperle” (Josephine Siebe),
“Teban Sventon” (Ake Holmberg), “Club del Pino Solitario” (Malcolm
Saville) y “Aventura” (E. Blyton), así como diversas novelas juveniles
escandinavas (Lindgren, Unnerstand, Tove Jansson). En algún momento
admiraba tanto Las aventuras de Tom Sawyer y La isla del tesoro que los releí regularmente, procurando empaparme de su estilo
.
JCR ¿A qué te dedicas cuando no escribes?
(JFR):
Yo soy un escritor profesional (aunque, no temo repetirlo, no dé para
vivir) y casi todas mis restantes actividades tienen que ver con la
promoción de la literatura, la lectura y la escritura. Desde 2005,
además, he ilustrado unos cuantos de mis libros. Así que leo, dibujo,
visito museos (numerosos y excelentes en París, a veces hasta me salen
gratis), escucho la excelente radio pública francesa, acudo (sin la
menor disciplina) al gimnasio, escribo a tanto amigo lejano y,
últimamente, pierdo mucho tiempo en Internet. Tengo la manía de ordenar y
la mala maña de dejar para última hora, o para nunca, lo urgente
JCR¿Cuál es tu método de escritura? ¿Anotas lo que se te ocurre?
(JFR):
Tengo decenas de cuadernos (con notas escritas y dibujos) donde
amontono nombres y anécdotas de personajes, nombres o descripciones de
lugares, esbozos de escenas, ideas, referencias, chistes. En su mayoría,
esos apuntes no encuentran lugar en mis libros (algún día deberé
reunirlos en volúmenes heterogéneos que nadie querrá publicar), pero
otros permiten el lento y progresivo desarrollo de algunos libros, e
incluso constituyen cuentos casi completos y hasta algún poema (malo).
Conservo varias agendas, apuntes, recortes y manuscritos que remonta a
fines de los años 60. A veces reescribo proyectos antiguos, o no tanto.
En
general soy un escritor lento. Puedo demorar 20 años en escribir un
cuento de solo 10 páginas. Y no hablo en sentido metafórico: la trama de
El pájaro libro ya la tenía completa en 1982, pero solo
conseguí darle su forma definitiva un par de años antes de publicarlo en
2002. Más grave es el caso de mi novela La leyenda de Taita Osongo;
la escribí en 1983 para optar al premio Heredia en Santiago de Cuba,
que efectivamente gané. Pero no aproveché el derecho a publicación.
Necesité casi 20 años para concebir las páginas —escasas pero
esenciales— que diferencian el primer manuscrito del libro publicado en
2004 (se estrenó en traducción francesa) y 2006 (fecha de la edición
mexicana). Una trama puede estarme dando vueltas durante años, o
lustros, antes de que me empiece a redactarla o consiga terminarla,
pasando en algunos casos por versiones que otros quizás considerarían
publicables
No me faltan ni ganas ni ideas, pero me cuesta mucho dar con el tono
adecuado, con esos detalles que hacen viva a una criatura de palabras. A
veces puedo ser muy indeciso, y si puedo quedar desconcertado ante el
menú de un modesto restaurante, que solo propone una docena de ítems
como entrada, plato y postre, ¿cómo entonces decidir entre las infinitas
posibilidades de tono, estilo, perspectiva o subgénero con los cuales
se puede abordar una historia? Yo acabo un libro cuando no puedo más,
cuando estoy tan preñado de él que se me sale por los poros. Ningún
método ni truco me resulta infalible para acortar los plazos: o leo
libros parecidos o acumulo documentación, o bien escribo trozos que
luego he de armar e interconectar o dibujo las situaciones antes de
narrarlas, y a veces me dejo marcar la pauta por los ukases del editor…
Pero el libro solo sale cuando tiene que salir.
JCR¿Sí pudieras ser un libro, cuál serías?
(JFR): ¡Pero
es que yo soy un libro! No voy a decir cuál, pues en este mundo cruel
no es bueno que nos lean los secretos. Solo puedo revelar que soy un
libro muy parecido a La historia interminable de Michael Ende.
JCR¿En qué proyectos te encuentras sumergido en estos momentos?
(JFR):
De mis respuestas anteriores se deduce fácilmente que estoy metido en
varios proyectos en estos momentos. En unos me sumerjo un tiempo, en
otros doy breves zambullidas
Todo escritor tiene dos oficios: escribir y publicar. Y aunque soy un
escritor relativamente bien aceptado, tengo una decena de libros
(cuentos y novelas) terminados e inéditos, o actualmente fuera de
catálogo (no son “seis personajes en busca de un autor” sino seis —o
más— obras en busca de un editor… adecuado). Mientras no está publicado,
un libro está inconcluso (como dirían ciertas madres: “hasta que la
hija no está casada, no está encaminada”) y sigue pesando sobre las
espaldas de su autor… aunque menos que los libros inacabados, condenados
a girar en un torbellino similar al que imaginó Dante para las almas no
bautizadas, exiladas en el Limbo.
Por método, por carácter o por
accidente, trabajo en varios cuentos, novelas, artículos y proyectos de
ilustración al mismo tiempo; hasta que uno de ellos está tan maduro que
se pone delante de los otros y me acapara. A veces el que consigue
protagonismo es un proyecto completamente nuevo, salido “de la nada”,
pero con tanto brío que no hay quien se le resista.
JCR¿Se escribe por placer o también por dinero y reconocimiento?
(JFR):
Se escribe por placer, pero no hay placer sin reconocimiento y, por
tanto, sin dinero (que es la justa compensación por la explotación
comercial de nuestro trabajo y única forma, en una civilización
mercantil como la nuestra, de hacer circular productos y servicios). Sin
esa remuneración, los que vivimos de nuestros libros tendríamos que
dejar de escribir para asegurarnos el pan, el techo, el fuego, los
calzones… o nos veríamos en tal medida apaleados por la necesidad, que
mal podríamos consagrar a nuestras obras el tiempo y meollo que estas
exigen.
El derecho de autor proporcional (X % por cada ejemplar vendido) es
el mejor sistema de retribución literaria porque —a diferencia de las
subvenciones y mecenazgos— garantizan la libertad de opinión y una
cierta conexión del autor con la realidad. El problema es que el
neoliberalismo y la financiarización de la economía también han
contagiado a la industria editorial, y el aumento irracional de la
oferta (de títulos “fusibles” que se clonan con pocos ambages) “pudre”
el panorama y obliga al autor a cortar en dos cada idea que se le ocurre
para hacer de uno, dos libros, y así intentar mantener su nivel de vida
y su presencia en las librerías.
Escribir solo por dinero y
reconocimiento (¿de quién?) es muy peligroso. No solo porque
traicionaríamos a los lectores, sino porque nos traicionaríamos a
nosotros mismos. A veces el escritor rico (o no tanto) y “reconocido” (y
tampoco) es un cínico o un amargado que ya nunca volverá a escribir
bien.
JCR¿Dominas los recursos de estilo, las figuras literarias o escribes con estilo propio y sigues experimentando y aprendiendo?
(JFR): El estilo propio lo conforman menos los
recursos que uno acaba por dominar que, lo dijo Carpentier, las
estrategias que uno inventa para eludir los defectos que uno jamás llega
a vencer. Pero entiendo que te refieres a aquellos recursos que uno
mismo ha inventado (o reciclado, adaptado, integrado; porque a estas
alturas es difícil crear algo enteramente nuevo). Creo que “mi estilo”
se configuró entre 1986 y 1993, en libros como Los cuentos del mago y el mago del cuento, Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes y Vuela, Ertico, vuela,
gracias a la articulación de realidad y fantasía, a un discurso
estereofónico que simultánea —pero diferenciadamente— se dirige a niños y
adultos, a un lenguaje que busca ser juguetón, sin dejar de ser preciso
e innovador. Procuro evitar la calcificación de esta estética con
variaciones como Pájaros en la cabeza (2004) o Concierto n°7 para violín y brujas (2013),
y con textos más despojados —a veces para niños muy pequeños— como la
serie “Gatito” (iniciada en 2012) o novelas de aventura detectivesca
como Exploradores en el lago (2009). Finalmente, mi debut como
ilustrador de algunos de mis textos, desde 2006, me obliga a explorar
nuevos yacimientos y técnicas.
Siempre aprendes, inventas,
descubres… incluso dentro de tu viejo coto de caza. Es más, desde el
momento mismo en que dejas de experimentar y aprender, estás acabado.
JCR Se
habla que los escritores deben cuidar y ofrecer obras depuradas
utilizando recursos narrativos, ¿o encuentras bien que lo que se cuenta,
se limite a contar como se cuenta en la sobremesa?
(JFR): Nunca se escribe como se cuenta en la
sobremesa. Incluso los narradores de estilo coloquial deben elaborar un
discurso, seleccionar y organizar los elementos de realidad que ponen en
la página. Aunque solo sea porque en la vida real, lo que decimos viene
apoyado por entonaciones, pausas, gestos, y que lo que sucede es visto y
referido por alguien (el narrador) que, incluso cuando no participa de
la trama, no deja de ser un personaje.
El caso es que el realismo a
secas no me interesa. Me considero miope y “duro de oído”, y por tanto
no me estimo apto para la reproducción directa de la realidad… cosa que,
de todos modos, no me interesa.
Antes me dije miope, pero también
presumo de présbita. La distancia que me permiten poner la fantasía, la
parábola, la aventura o el humor entre la realidad y yo, crea el
espacio necesario para deslizar mi concepción del mundo. También, por
supuesto, es una cuestión de placer creativo. No me parece que un espejo
(retrovisor, de baño o de escaparate) tenga una vida muy divertida.
JCR¿Regalas libros en alguna ocasión?
(JFR): Todo el tiempo. Regalo libros a alguna
biblioteca o escuela, a familiares, amigos y colegas, y a veces a uno
que otro que no es tan amigo (por razones, digamos, diplomáticas).
También regalo mucho de mi trabajo, ya sea en mis sitios (http://elpajarolibro.blogspot.com
es el principal), en Facebook y en diversas publicaciones electrónicas o
impresas que no pagan la colaboración (en el terreno de la literatura
infantil se remunera todavía menos, y peor, que en literatura para
adultos). Soy generoso y por tanto pobre.
Mucha gente ignora que a
los escritores no nos dan más que una ínfima cantidad de ejemplares de
nuestros libros. Los ejemplares pertenecen a sus editores (que pagan
papel, tinta, imprenta, distribución y promoción) y no a los autores,
que solo poseemos “la obra” (nadie nos paga el trabajo de creación; solo
nos dan una lasquita del beneficio que produce su venta). Cuando
publiqué mi primer libro, un conocido me preguntó con falsa sorpresa:
“¿Y no les regalas tu libro a los amigos?”, a lo que debí responder:
“Mis amigos son los (primeros) que compran mi libro”.
Viejos mitos
como el “derecho del pueblo a la cultura” y el “libre acceso a la
creación” han engendrado su avatar post posmoderno con la “descarga
libre”. En algún sitio pirata he descubierto alguno de mis libros que un
“generoso” Robin Hook (Sic.) pone gratuitamente a la disposición de
quienes se abonan a su pequeña empresa filibustera. Todo el mundo paga
la computadora, la corriente y la conexión telefónica, pero se esfuerza
en no pagar la música, las películas y los libros sin los cuales los
tres primeros ítems resultarían muy poco apetitosos….
..
JCR¿Crees que la literatura cubana está de moda y que el escritor, en tanto figura pública tiene responsabilidad social?
(JFR): Menos que hace una década, pero sí: Cuba está
de moda. Eso sí, más que la literatura cubana, están de moda la música
(salsa, jazz latino), el mar, el sol, las mulatas y las especulaciones
sobre el futuro político de la Isla. Reconozco que es bastante fácil
llamar la atención y alimentar una conversación con el solo hecho de ser
cubano, y que hay eventos consagrados a Cuba, cuando no los hay a
propósito de Mongolia, Honduras o Liechtenstein. La cara fea de la
moneda es que muchos esperan que hagas “el cubano” y que tus libros
muestren La Habana en ruinas, las mulatas ardientes, el exilio y los
tambores. Si tus libros tocan otros temas (como ocurre en casi todos los
míos), te cuesta encontrar editor o promotor tanto como a un escritor
de Mongolia, Honduras o Liechtenstein.
Lo de la responsabilidad
social es difícil de evocar en la época ultra individual y
posmodernamente desencantada que vivimos (por lo menos en “Occidente”).
Hay una minoría que sí cree en la responsabilidad del intelectual frente
a las “impurezas de la realidad”, pero es difícil conseguir el
equilibrio entre el compromiso ideológico y esa autonomía estética sin
la cual no se hace literatura sino panfleto o, en mejor de los casos,
periodismo.
Los autores de libros para niños lo tenemos más fácil
porque no se espera de nosotros que hablemos de política, pero en
realidad lo tenemos más difícil porque también se espera que
contribuyamos a la formación de los chicos, sin manipularlos... Y cuando
nuestra consciencia o nuestras cicatrices nos piden hablar de política o
ética, hemos de hacerlo sin que lo parezca y sin que se note demasiado
de qué lado estamos. Yo intenté mostrar con el máximo de neutralidad
algunos problemas de la Cuba reciente en Mi tesoro te espera en Cuba; pero creo hablar de política (de la apropiación y ejercicio del poder) con más eficacia en las parábolas que son el cuento Pájaros en la cabeza, la novela Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes, y textos que no encuentro quien me publique como “El plátano republicano
JCR ¿Cómo te ha cambiado el mundo de la tecnología y el e-book?
(JFR):
El e-book todavía no me ha cambiado nada. Tengo algunos libros en
formato electrónico, casi toda mi bibliografía activa está a la venta en
la web y tengo hasta un primer libro en formato electrónico que no
existe (pese a la promesa del editor) en papel. No conozco gran cosa en
materia de informática y mal me veo adaptando mi manera de crear a las
nuevas herramientas y formas de comunicación (cuya influencia en la vida
moderna no alimenta tampoco mis tramas). Otra cosa es el uso de la
tecnología para escribir más cómodamente y comunicar más rápida y
eficientemente. Me compré mi primera computadora en 1992, abrí mi
primera cuenta de correo electrónico antes de 1998, y mi primer blog a
principios de 2006. Al teclear casi tan rápida y silenciosamente como
pensaba, y al disponer de amplias posibilidades de documentación,
corrección y exploración de variantes, mi escritura se liberó de cierto
peso y redujo errores e imprecisiones. Esta nueva libertad me ha dado
alas para volar aún más lejos y codiciar el horizonte.
Pero nunca
he leído en tableta, y no siento su falta. Para leer nada se ha
inventado mejor que los libros. Puedes escoger tipografía, tipo de papel
y encuadernación, sin preocuparte de la batería, la temperatura, la
humedad o el polvo. Para documentarse, los “leedores” electrónicos son
más eficaces, pero para leer literatura… ¡No!
JCR¿Sentías que habías nacido con vocación literaria, cuáles son tus verdaderos orígenes en ese sentido?
(JFR): Ya lo dije al principio, empecé a escribir
siendo niño, pero me consta que SIEMPRE conté historias (a mí mismo y a
los demás). La realidad no me satisfacía y pronto me empeñé en
mejorarla, “editarla”, remasterizarla. Pienso que, al margen de mi deseo
de literaturizar la realidad, la necesidad de leer y luego de escribir
me la impuso una pérdida jamás consolada: cuando tenía unos 3 años, mi
familia cambió de ciudad. La nueva casa era pequeña y en el cuarto de
desahogo del pueblo natal se quedaron unos comics que nunca
pudimos recuperar y ni siquiera sustituir, puesto que la Revolución
decretó que el género (como su origen estadounidense) eran perjudiciales
para el pueblo cubano. Por supuesto, yo no sabía leer (creo recordar
que algunos de aquellos comics estaban en inglés), pero
imaginaba las historias. Esa primera pérdida bibliográfica me condenó a
ser un bulímico lector (cuando estoy “en falta” —en la cola del
supermercado, por ejemplo— leo las etiquetas de las conservas que llenan
mi canasta).
La segunda pérdida irreparable la sufrí cuando me
“deportaron” de la Sala Juvenil de la biblioteca provincial. En la
sección de adultos no hallé las novelas de niños detectives, las
historietas de Tintín y demás libros que me gustaban todavía a los 14
años (aunque ya empezaba a leer literatura para adultos, y no solo
novelas policíacas y de ciencia-ficción, sino grandes autores como
Thomas Mann o Dostoievski). No pude resistir aquella amputación y
comencé a escribir desaforadamente lo que me habían quitado (completé 54
novelitas en 5 años).
Cuando ingresé en la facultad de Letras de
la Universidad Central de las Villas, a los 19 años, ya era miembro de
un taller literario, había participado en un par de concursos literarios
y había publicado (un dibujo y un cuentecito) en el semanario
humorístico regional. A los 24 años, con mi primer cuento no realista,
gané un premio nacional, y a los 29 publiqué mi primer libro.
Todo lo ocurrido desde que empezara a contar historias a los 10 años era mi “destino manifiesto”.
JCR¿Lamentas que tu vida literaria no se hubiera desarrollado en otro medio más propicio?
(JFR):
Todo tiempo pasado, presente y futuro pudo ser mejor. En Cuba nunca ha
habido bastantes libros. Ni siquiera en la época en que más títulos se
publican, los últimos 15 años, porque no se importan libros y la
industria editorial de un pequeño país no puede dar cuenta de la vasta
producción mundial (en el supuesto de que se lo propusiera, que no es el
caso). Durante mi infancia y adolescencia era difícil acceder a,
siquiera, una correcta representación de la literatura universal
(contemporáneos menos aún que clásicos y). Sé que algunos compatriotas
de mi generación lograron tener una buena formación literaria, pero mi
familia no era nada intelectual y en la provinciana realidad
villaclareña las vías alternativas eran escasas. Si mis lecturas
hubieran sido más variadas, si mis profesores de Español y Literatura
hubieran sido mejores, si hubiera tenido un mejor acceso a revistas y
tertulias literarias, y a otras expresiones artísticas… yo sería
ciertamente un mejor escritor… Pero ¿no estoy especulando? Acabo de
explicar que fue precisamente la falta de libros lo que me incitó a
escribir…
Ningún individuo plenamente satisfecho con el mundo en
que vive, intenta reformarlo. Y los escritores somos eso: reformadores,
cuando no revolucionadores, de la realidad gracias a esa forma objetiva
del ensueño que es escribir.
Al salir de Cuba en junio de 1989 se
me abrieron las grandes alamedas de la literatura. Y no solo pude
acceder a ella en castellano, sino en portugués, francés (la lengua en
que más leo), inglés e incluso ocasionalmente en italiano. He podido
reformatear y enriquecer mi cultura, y desarrollar mi oficio. Pero los
huesos necesitan el calcio que aporta la leche en la infancia y no en la
madurez, y debo concluir que ciertas carencias de mi formación las
guardaré para siempre (como una escoliosis y huecos de la dentadura que
me acompañarán hasta el “FIN”).
JCR¿Crees que la literatura cubana a veces tiene serios altibajos?
(JFR):
Todas las literaturas tienen altibajos. La cubana tal vez más que otras
porque nuestra realidad económica y política ha vivido muchos
sobresaltos. Hay países más pobres y con mayores porcentajes de
analfabetismo (nuestra vecina Haití, sin ir más lejos), que sin duda
afrontan problemas que Cuba desconoce. Pero el nuestro es uno de los
pocos países del mundo en que la simple condición de emigrado te impide
publicar y ser leído allí donde nació, creció y se reprodujo (aunque no
necesariamente muera).
La literatura cubana se ha dividido en dos
ramas que solo unos pocos conocen a ambos lados del Estrecho de la
Florida, acentuando la desnaturalización de un conjunto que, no
obstante, ofrece flores intensas y fecundas. Al no poder contar con el
cubano integral como receptor, muchos autores condicionan su discurso,
sus referencias y sus alcances al destinatario más inmediato, y eso se
paga en términos de trascendencia espacial y temporal. Hay mucha
narrativa de la Isla que es excesivamente localista y autorreferencial, y
mucha narrativa de la emigración que responde a esquemas
proporcionales, aunque de polaridad contraria. ¿Cuánta novela no sobra
sobre la picaresca de la Cuba post Muro de Berlín, cada una con su cruz
en alto, a ambos de esas aguas que ningún Cristo va a cruzar?
Oportunismo, populismo, revancha y poca exigencia estética empercuden la
literatura cubana, y eso en una medida difícilmente comparable con la
de cualquier otra nación.
JCR¿Qué libros han cambiado tu vida?
(JFR): Eso suena un poco grandilocuente… ¿Puede realmente un libro cambiarle la vida a alguien?
En realidad sí, pero no son necesariamente grandes obras literarias. De pequeño me impresionó tuve un librito titulado, creo, El león rojo
(aunque impreso en azul y rojo sobre grueso papel blanco), escrito y
editado en castellano en algún país del llamado Campo Socialista.
Contaba cómo un niño superaba sus miedos y flaquezas gracias a un amigo
imaginario. Algunos años más tarde, ya en plena adolescencia, otro libro
—quizás un mero manual— de psicología, me hizo descubrir que un
carácter se modifica, se fortalece. Yo no estaba nada conforme conmigo
mismo, y creo que esos libros me dieron, si no fuerzas, por lo menos
esperanzas de cambio. Fueron esenciales para mí y, sin embargo ni del
uno ni del otro recuerdo exactamente título o autor. Todavía pasaron
muchos años hasta que, en 2003, ya un poco más conforme conmigo mismo,
publiqué Javi y los leones, la historia de un niño que, ante la
amenaza de un peligro real, enfrenta un miedo imaginario y parte a la
defensa de su derecho a ser respetado.
Para un escritor que casi
no ha hecho otra cosa en la vida que leer, escribir y hablar de
literatura, los libros son algo más que condimentos, algo más que
ingredientes, son el caldero y el fuego mismo, y los libros que me han
cambiado la vida son, sobre todo, libros que me cambiaron la escritura.
A los trece o catorce años descubrí un relato titulado algo así como El naufragio del “Continental”,
en cuya primera página se precisaba que había sido escrito por un niño
de 11 años. Sentí tanta envidia que me puse a falsificar las fechas que
yo anotaba, escrupulosamente, en la primera y última página de cada una
de mis novelitas. Fue una envidia estimulante porque si mi “competidor”
se me había adelantado e incluso había publicado un libro, yo creía
haber escrito más… y continuaría hasta completar 54 novelas (por
supuesto impublicables) en seis años
Cuando me puse a trabajar seriamente en lo que sería mi primer libro publicado, El secreto del colmillo colgante, releí atenta y repetidamente Emilio y los detectives,
Las aventuras de Tom Sawyer y Timur y su pandilla; tratando de
encontrar en esos modelos la levedad y solidez de estilo que debían
caracterizar la que pudo ser primera novela detectivesca juvenil cubana
(se me adelantaron Benítez Rojo con la —inigualada aunque impura— El enigma de los Esterlines y Pérez Valero con El misterio de las Cuevas del Pirata).
Un lustro después, El hombrecito vestido de gris, de Fernando Alonso, El bolso amarillo, de Lygia Bojunga Nunes y Gramática de la fantasía,
de Gianni Rodari, abonaron el surco donde surgió la forma de narrativa
que acabaría por definirme, pero que aún requirió la tardía lectura de
Cabrera Infante para romper las últimas cadenas que ataban mi prosa.
No
obstante es muy probable que los libros que más hayan cambiado mi vida
los tenga ocultos en el subconsciente porque, parafraseando de nuevo a
Martí: “… hay cosas que para lograrlas, han de andar ocultas”, y un
escritor demasiado consciente de sus sueños, angustias y carencias no es
verdaderamente libre.
JCR¿Qué pintores cubanos te han influenciado más?
(JFR): Aunque comencé a dibujar de manera más o
menos sistemática en 2005, y lo hice siempre para mí mismo o por
encargo, no creo que ningún pintor cubano haya tenido una influencia
decisiva en ese nuevo rubro de mi actividad, ni en mi cultura general.
Pero es indudable que La jungla de Wilfredo Lam me conmueve
desde que pude tocarla con los ojos en el MOMA de Nueva York, que el
mundo de Pedro Pablo Oliva lo siento próximo a mi sensibilidad, que me
gustaría ilustrar como Eduardo Muñoz Bachs, y a veces como Vicente
Rodríguez Bonachea (sus mejores ilustraciones no están entre las que
concibió para mi segundo libro y primero suyo, De los primeros lejanos tiempos la lechuza me contó), y que me gustaría poder fugarme de tanto en tanto a las comarcas poéticamente hiperrealistas de Tomás Sánchez.
JCR El
regreso, la nostalgia, el sufrimiento causado por el deseo incumplido
de regresar. ¿Tienes la obsesión del regreso a tenor de los nuevos
cambios?
(JFR): Nunca he padecido la
nostalgia de realidades conocidas y no me costó demasiado poner tierra
(cuando aún estaba en Cuba) o mar por medio entre ellas y yo. He podido
regresar a Cuba (solo cuatro años me duró la cuarentena del maldito
“permiso de viaje”) y quizá por eso mismo no sueño con regresar
definitivamente. Tal vez estoy demasiado afrancesado para eso, y
ciertamente no son los modestos “nuevos cambios” los que me persuadirán
de incendiar mis naves. Mucho más que la corteza económica y política
tendría que cambiar para que me atrapara la obsesión de volver
definitivamente a una Cuba que prefiero inventar.
JCR¿Has tenido que esquivar la censura en tus escritos?
(JFR): Todo escritor cubano ha debido esquivar
censuras. Lo que pasa es que a menudo el mejor esquive es la elusión
anticipada del tema o enfoque conflictivo; la “fuga hacia adelante”,
como dicen los franceses. En mi primer libro, publicado en 1983 (todavía
tiempo de ojerizas, rescoldos del “quinquenio gris” que ni fue gris ni
duró solo cinco años) hay uno que otro “teque” (“verdad revolucionaria”
que se le sirve al auditorio con cuchara de palo) y algunas palabras
que, incluso si entonces yo era “creyente”, subrayé con prestado lápiz
rojo.
Si todavía hoy retengo de vez en cuando la brida, no es solo
pensando en Cuba. Los que escribimos para niños debemos tener en cuenta
que hay cosas que a los cuatro años no se entienden, que a los nueve
años no interesan en absoluto y que a los doce deben seguir siendo
ignoradas, y que hay asuntos que importan al adulto que soy, pero no
puedo compartir con mis jóvenes lectores, por mucho que yo considere mi
obra como un “medio de expresión” personal y no solo como un medio de
comunicación estética con un determinado destinatario.
Por otra
parte, hay cubanismos que un españolito desconoce o entenderá mal; como
hay porteñismos, caraquismos o galleguismos que despistarán a lectores
de otras células del cuerpo de “la lengua común que nos separa”. Un
lector adulto puede extraer del contexto, buscar en el diccionario o
saltar el vacío que abre bajo sus pies una palabra exógena, pero el
chico caerá en ese agujero y puede hasta salirse por ahí del libro. Un
autor cubano para niños y adolescentes que publica en España, Argentina,
México o Colombia (países donde efectivamente he sido editado) y
circula por todo el mundo hispánico, tiene a veces que tomarse bastante
en serio aquello de género “definido por su destinatario”. Son muchos
los valores, sabores y tenores que no compartimos mis lectores y yo. A
veces el editor me da tijera y a veces me doy tijera yo. Es otra forma
de censura, menos dolorosa, pero no menos cierta
No obstante, la libertad es un material más plástico y elástico, y
más dotado de capacidad autorregenerativa, de lo que suele pensarse y
decirse. Como los gatos, un escritor, siempre que quiere, cae parado.
JCR Isaac B. Singer afirmaba que tenía más de 500 razones para escribir para los niños. ¿Cuáles son tus razones fundamentales?
(JFR):
Las mías no suman 500, pero ciertamente son más de las que caben en
esta página. La primera es que no he sentido hasta ahora —fuera de mis
ensayos y artículos— la imperiosa necesidad de “ir a ver si me encuentro
en otro sitio” (traduzco una popular boutade francesa). A
medida que me pongo viejo, noto que acumulo cosas que solo con un
coetáneo puedo compartir plenamente, y eso puede acabar por conducirme a
la ficción para adultos. Pero hasta ahora mi satisfacción estética ha
sido plena dentro del coto de la literatura infantil (seguramente porque
escribo para adultos artículos y ensayos que no carecen de jugos
creativos).
Ya lo dije en otro sitio: empecé a escribir siendo niño y como
escribía en primer lugar (como todo el mundo) para mí mismo, empecé a
escribir literatura infantil. Dentro de ese “género” (en propiedad, un
abanico de géneros) se desarrolló mi estilo, que se define en el
abordaje de lo que me preocupa, me gusta o me interpela, usando la
percepción y discurso que son propios o afines a la infancia. Es una
cuestión de poética, de tipología discursiva: un poeta escribe versos,
un dramaturgo escribe diálogos, un escritor infantil escribe a la manera
esencial (no a la manera elemental) del chico. Prefiero a los más
jóvenes como destinatario porque me gusta crear universos fantásticos
(con cimientos realistas); algo que los adultos, cuando lo aceptan, es
solo como táctica o técnica de extrañamiento. Los chicos, en cambio, me
creen a pie juntillas todas mis “mentiras”. Y esas “mentiras”,
fervorosamente construidas, son mi verdad estética.
Escribir para
chicos no supone simplificación alguna. Lo que no puedes hacer es abusar
de las descripciones, introspecciones y digresiones (que también puede
ser defecto en la literatura mal llamada “general”) o presentar un mundo
excesivamente pesimista, desencantado, agrio. No porque no les puedas
hablar de los hoscos traspiés del humano, sino porque no tienes derecho a
fastidiarles la existencia (aunque hoy la literatura juvenil, e incluso
la infantil, acampa bastante a menudo en esos terrenos insalubres).
El caso es que esas supuestas limitaciones no lo son para mí… y por tanto ¡prefiero a los chicos!
JCR ¿Hay algún género más eficaz para trascribir la realidad cubana?
(JFR):
Cualquier género de ficción me parece válido para transcribir una
realidad, y lo mismo opino de los subgéneros (picaresca moderna, negra o
detectivesca, novela-testimonio, thriller sentimental, relato
histórico, realismo mágico, novela de aventuras o de ciencia ficción y,
por supuesto, literatura infantil. El éxito internacional cosechado por
Leonardo Padura inclina a creer que la novela negra lo hace muy bien
Podría contentarme con responder a la pregunta en tanto que lector,
pero no me parece tan interesante. Como lector soy una persona privada;
como escritor, soy una persona pública.
Ya dije que no soy un
escritor realista y que el tema cubano es infrecuente en mi narrativa…
por lo menos explícitamente, porque más de una de mis comarcas mágicas y
personajes fantásticos caben en el mapa de la Isla.
En Mi tesoro te espera en Cuba
me valgo de una trama detectivesca en torno a un tesoro escondido, para
abordar esa época de descomposición del modelo castrista que fuera
bautizada, de modo abstruso, “período especial”. Mi novela fue tan bien
recibida en Francia que, por su capacidad para explicar la realidad
cubana a jovencitos que nada saben de nuestro país, resultó finalista
del Prix des Jeunes Lecteurs y ganadora del Premio de la Ville de Cherbourg-Octeville. En La tremenda bruja de La Habana Vieja también
abordo algunos aspectos del ¿quinquenio negro? sin abandonar los
predios de lo magicómico, mientras que en la gran parábola que es Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes hay, igualmente, mucho de Cuba.
JCR ¿Crees
que la cultura cubana tiene déficit de monografías, memorias históricas
que den profundidad a esta cultura?, ¿cómo se puede suplir este vacío?
(JFR): Aunque no estoy suficientemente informado de
la producción editorial en la Isla o en la diáspora, tengo la impresión
de que hay pocos estudios competentes, variados y complementarios de los
diversos aspectos de la sociedad, la historia y la cultura cubanas de
hoy, de ayer y de antes de ayer. Si Cuba no ha sido siquiera capaz de
publicar un lexicón cubano, pese a poseer una Academia de la Lengua, ni
de actualizar el Diccionario de Literatura Cubana, pese a la
abundante plantilla del Instituto de Literatura y Lingüística, y tampoco
los numerosos emprendimientos individuales e institucionales en Miami o
Madrid han logrado coagular en verdaderas investigaciones
multidisciplinarias y trascendentes… ¿cómo esperar una seria valoración
del amplio espectro de nuestra cultura?
En los últimos diez o doce
años, por ejemplo, se ha destapado la temática afrocubana, pero ni
siquiera esta abundancia evita que se repitan abordajes demasiado
subjetivos o, por el contrario, excesivamente pragmáticos. ¿Qué decir,
entonces, de otros aspectos menos “sexy” como la vida colonial o las
facetas no estrictamente político-económicas de la primera mitad del
siglo xx? Probablemente hay una que otra obra que ha hecho lo que pido
de manera honesta y rigurosa, pero su escasa visibilidad me daría, de
todos modos, la razón.
Para disponer al fin de una abarcadora
“Memoria Cubana”, haría falta que superásemos el recelo, el
individualismo, el revanchismo; que aprendiéramos a trabajar en equipo,
de manera científica, y a crear proyectos editoriales y universitarios
sólidos, convincentes, dotados de los necesarios recursos para expurgar
archivos que están en Cuba, España y Estados Unidos. Y que hubiera
público para ello. No solo los cuatro gatos intelectuales de siempre,
sino un amplio destinatario —apasionado, pero crítico— que prefiera
saber a tener, leer a consumir, compartir a facebookear. En fin, deliro
JCR ¿Sin memoria histórica no hay imaginación?
(JFR):
Sin memoria histórica la imaginación es volátil, superficial,
enfermiza; más juego de estilo e imitación de otros imaginarios que
exploración de una selva que, pese a todas las apariencias, no ha sido
talada. Muchos cuentos y algunas novelas juveniles cubanas (ocurre lo
mismo en literatura para adultos, pero prefiero referirme a lo que mejor
conozco) repiten los modelos y trucos de la literatura fantástica del
norte de Europa, despreciando los tesoros enterrados de la mitología
afrocubana, indocubana y hasta hispanocubana. ¿Cuándo tendremos fantasía
heroica inspirada en el panteón yoruba?, ¿cuándo un güije cabalgará un
manatí y desafiará a la Madre de Agua en la conquista del gran cemí de
oro?, ¿cuándo la Madre de los Tomates y el Ñame con corbata bailarán el
Son de la Ma’Teodora...?. Con una historia tan rica y movida como la
nuestra, vinculada a la fabulosa conquista y colonización de los
imperios azteca e inca; poblada de piratas formidables como Drake,
Morgan y el cubano Diego Grillo; con páginas de fuego e intriga como la
ocupación inglesa, la rebelión de La Escalera, las guerras de
independencia (despojadas de epicidad retórica y manipulaciones
ideológicas), la presencia nazi en nuestras aguas… ¿qué poca novela
histórica y de aventuras hemos producido? Y si alguno de esos temas ha
sido abordado, las candilejas politiqueras han ocultado los dramas
humanos intensos y la acción puramente novelesca… que tanta lívida luz
puede arrojar sobre nuestros drama, tragedia y comedia nacionales.
JCR ¿Qué significado tiene para ti la ciudad dónde has vivido la mayor parte del exilio?
(JFR): He vivido 25 años fuera de Cuba. Más de la
mitad de ese tiempo (el resto se divide entre Río de Janeiro, Copenhague
y Buenos Aires) lo he pasado en París, que es un fabuloso escenario
literario. Pero como ya dije, mi literatura no es realista, y raramente
aprovecha fuentes directas y menos aún autobiográficas. Hasta el momento
no he escrito ni siquiera un cuento que transcurra en una de mis cuatro
(¡interesantes!) capitales de Sudamérica y Europa. Tentado he estado, y
algún vago proyecto mantengo calentito entre las cenizas del fogón,
pero de momento, nada. Sin embargo ¿se puede imaginar mejor ciudad para
un escritor que París? Aquí he escrito la mayor parte de mis libros y he
estrenado algunos de ellos; he tenido importantes experiencias
profesionales, vitales y culturales que sin dudas han aportado
consistencia, singularidad y trascendencia a mi obra.
Sin haberme
convertido en un escritor francés y ni siquiera en un escritor parisino,
algo de la concepción y práctica de la literatura y la edición del país
que me ha hecho un ciudadano pleno, han modulado mi personalidad
creativa. La mejor prueba de que me estoy afrancesando es que me siento
cada vez más tentado por Cuba como fuente de paisaje, conflictos y
formas expresivas… porque si algo caracteriza a la literatura francesa
es que, aparte de contemplarse con delectación el ombligo, adora dar
cuenta del mundo exterior.
JCR ¿Qué objetivo persiguen tus libros?
(JFR):
Esta es quizás la pregunta más difícil que se le puede hacer a un
escritor. En la plena extensión del término, un escritor no tiene
objetivos netamente delimitados y conscientes. Es al cabo de muchas
leguas (recorridas con los pies y con la pluma) que vuelves la cabeza
atrás y descubres a dónde ibas.
Yo escribo de manera irreprensible (no confundir con “incontinente”),
arrastrado por la necesidad de dar vida a ciertos personajes y
desarrollar determinada historia. Pero fuera de algún que otro
divertimento en que, una vez concluida la reflexión retrospectiva, no
descubro motivaciones consistentes, todos mis cuentos y novelas se
apoyan en una concepción del mundo basada en “la utilidad de la virtud”
(por tercera y última vez cito a Martí, pero nótese que lo hago sin
tirar de las riendas ni pararme en los estribos). En mis textos suelo
ridiculizar a los poderosos, burlarme de los burócratas y los imbéciles
(¿redundancia?), defender la naturaleza, la generosidad y la
imaginación, recompensar la inteligencia, la perseverancia y el coraje…
Rápidamente se nota por qué no me preocupo por mis “objetivos”: todo lo
anterior es tan tradicional y bien pensante que debía haberme conducido a
tramas insípidas y polvorientas. Tengo, en cambio, la vanidad de creer
que suelo andar a campo traviesa y hasta a veces con cierto aire
insolente.
Seguramente, aspiro a que mis lectores salgan de mis
libros más inteligentes, más prevenidos contra las ideas prefabricadas y
los discursos politiqueros. Pero también tengo motivaciones muy
íntimas, como se puede deducir de mi abundancia en personajes solitarios
que buscan que los quieran, en pájaros y otros vuelos, en destinos
insospechados, en victorias de la inteligencia sobre el egoísmo
pedestre, en conflictos que no por escasamente tortuosos se resuelven en
victorias menos brillantes… ¡Qué sé yo! Ya dije que un escritor que se
conoce demasiado se seca. Porque si no te sorprendes a ti mismo… ¿qué
gracia tiene escribir?
JCR ¿Qué mensaje deseas trasmitirle a los cubanos y a tus lectores en el próximo año?
(JFR): Me gustaría poder decirles: “¡Patria y Vida! ¡Al fin vencimos!”
http://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/muchos-esperan-que-hagas-el-cubano-y-que-tus-libros-muestren-la-habana-en-ruinas-319861
Feminist fatale
Fa 12 anys
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada